Entrevista a Fernando Velásquez Velásquez
- Grupo de Investigaciones Cesare Beccaria
- 6 sept 2021
- 18 Min. de lectura
María Alejandra Ramírez, miembro del Grupo de Investigaciones Cesare Beccaria, tuvo el honor de sentarse a conversar con el Profesor Fernando Velásquez y hacerle preguntas sobre su formación, su pasión por el Derecho Penal y su percepción sobre lo que viene en el Derecho.
Aquí encontrará extractos de esa conversación:
María Alejandra Ramírez: ¿Cuál fue el primer caso que más lo marcó en su ejercicio profesional o el que más recuerda iniciando?
Fernando Velásquez: Del consultorio jurídico hubo varios y del ejercicio profesional también. Yo pertenecía a un grupo de poetas en la Universidad de Antioquia, escribíamos, nos reuníamos a leer nuestros poemas, los pegábamos en carteleras, los publicábamos en revistas. En esa época incluso conté con algo que fue maravilloso para mi vida poética, conocí a Carlos Castro Saavedra, ese gran poeta colombiano -que era el jefe de publicaciones de la Universidad de Antioquia en esa época- y él me guío mucho también por el mundo de la poesía. A ese grupo pertenecía un joven muy valioso que después fue asesinado, se llamaba León Zuleta Ruiz y a ese joven, que era homosexual, lo procesaron por homosexualismo, que era un delito en el Código del 36. Llegó algún familiar o conocido al consultorio de la Universidad preguntando por un abogado que lo defendiera porque estaba preso en una inspección cercana a la Universidad, y nadie quiso. Todo el mundo dijo «no, yo a ese yo no sé cuántas yo no lo defiendo». Entonces yo dije «yo lo defiendo» y me fui inmediatamente y a poco más recuperó la libertad. Recuerdo esa defensa muy bonita porque era un hombre muy valioso, muy brillante, un estudiante de filosofía con el que compartí todas las reflexiones en el campo de la literatura y toda esta actividad literaria.
Ya en el ejercicio tuve sobre todo algunas audiencias ante jurado muy bellas. Una de ellas me enfrascó en un negocio muy delicado, en un asesinato que hubo en el municipio de Envigado donde yo era parte civil y el defensor era mi profesor Jesús María Valle Jaramillo, otro hombre lleno de nobleza, de belleza espiritual, a quien todos los días recuerdo y cuyo asesinato me ha dolido todos los días. Allí estuvimos enfrentados él, yo y también otra persona que es una gran amiga muy cercana, el profesor Hernando Londoño Berrío. Recuerdo también muchas defensas de oficio, no solo ante el jurado de la época, sino ante diversos juzgados. Como a mí me apasionaba el Derecho Penal, yo me hacía nombrar de oficio para defender. Alguna vez defendimos a un sastre con otro querido amigo que murió hace unos años, el penalista muy brillante Carlos Jaramillo Restrepo, a un sastre que en una embriaguez había matado a una persona y lesionado a otra y no se acordaba. Ese negocio estaba perdido y logramos que lo condenaran finalmente solo por las lesiones personales. Un negocio muy bonito. Ese sastre que no tenía para pagarnos nos llamaba para hacernos pantalones de vez en cuando y finalmente no supe qué pasó con el sastre, pero eso fue hace muchos años. Estamos hablando de cuarenta años atrás por lo menos.
M.A.R.: ¿Cuáles eran los principales retos que usted advirtió en ese momento para el estudio del Derecho Penal y su ejercicio y los que usted en particular presenció en su proceso?
F.V.: Para el ejercicio del Derecho Penal, los retos eran muy grandes porque en esa época en Antioquia me tocaron unos maestros insuperables, unos abogados extraordinarios: uno pensar en un Hernando Londoño Jiménez -el padre de Hernando Londoño Berrío que era un penalista excelso de una brillantez, un orador extraordinario-; en un Jesús María Valle; en un J. Guillermo Escobar Mejía, que era entonces fiscal, era un espectáculo. Es que uno escuchar a J. Guillermo Escobar Mejía -quien es un hombre muy entrado ya en años y enfermo-, escucharlo acusar o defender, porque como fiscal también defendía en las audiencias ante el jurado, era un espectáculo inenarrable. O, por ejemplo, a un Augusto Gaviria Pérez, entre muchos otros. Fue una época de grandes abogados penalistas en Antioquia, de grandes jueces, de grandes magistrados y fiscales, entonces para uno como estudiante el reto era gigantesco. Uno veía a esos maestros de la oratoria exponiendo en las audiencias y uno decía «bueno, cuándo voy a ser yo capaz de hacerlo». Naturalmente esos retos nos llevaron a estudiar oratoria, a seguir avanzando en el estudio de la criminalística, de la prueba, de la dogmática, etcétera.
En el campo estrictamente académico yo podría decir que la situación era más o menos similar. Era una época de grandes maestros. Hablar de Derecho Penal en Colombia en ese momento era hablar de Reyes Echandía, a quien conocí personalmente; de Luis Carlos Pérez, a quien traté un par de veces también; de Luis Enrique Romero Soro, en mi opinión el más importante penalista del siglo XX en Colombia, a quien me tocó despedir, hacerle el último homenaje, yo fui el oferente antes de que muriera. Fue un magistrado extraordinario, un escritor extraordinario, un gran juez. Era la época de Federico Estrada Vélez, a quien luego también asesinarían, pero que fue un penalista excelente. Sus libros, como el libro de Derecho Penal de Federico Estrada hecho en Italia, son grandes libros. La época de Servio Tulio Ruiz. Luego aparecería otro expositor muy brillante que todavía vive, Juan Fernández Carrasquilla, entonces magistrado del Tribunal Superior de Medellín y autor de una obra muy relevante en el ámbito del Derecho Penal. Y por supuesto, no de último sino tal vez de primero, Nódier Agudelo, con su formación jurídico penal, con ese amor por el Derecho Penal que respiraba por todos los poros, lo infundía por todos los lugares a cada momento. Entonces el reto era muy difícil porque era imposible prácticamente uno pretender entrar a la academia con esos maestros en Antioquia y en todo el país. Hay que recordar también, y no quiero olvidarlo porque tuve una buena amistad con él, al profesor Bernardo Gaitán Mahecha, quien fue muy conocido en el mundo de la política como ministro y alcalde de Bogotá, pero fue un penalista muy importante. Fue quien publicó la primera obra de Derecho Penal Parte General que miró de forma seria a la dogmática jurídico penal alemana.
M.A.R.: ¿Qué valores cree que eran indispensables para ser un excelente abogado penalista?
F.V.: Eran y son, porque los valores son los mismos. Yo creo que lo primero es el amor por el Derecho Penal. Siempre recuerdo mucho una frase de Walt Withman, que también la oí en Goethe y en Nietzsche, que traducida a nuestro lenguaje en forma más sencilla dice que “aquel que camina tres leguas sin amor, camina envuelto en su propio sudario hacia la sepultura”. Así aparece en el Canto a mí mismo de Walt Withman. Entonces todo esto hay que quererlo, el Derecho Penal [...] lo tiene que llevar uno en el alma. El primer valor yo diría que es el amor. Segundo, la disciplina, la entrega, la fe. Uno tiene que tener fe en sí mismo y en la justicia. Es que si uno no tiene fe en la justicia y en los jueces, no puede ejercer el Derecho Penal. Hay que tener fe en la justicia. Aquí hay que recomendar de nuevo los escritos de Calamandrei, el libro que les mencioné ahora, el Elogio de los jueces, cuando habla de estos temas. Bueno, y no solo Calamandrei, hay otros grandes estudiosos sobre estas materias. Por otro lado, naturalmente un buen abogado penalista tiene que tener formación como orador. Tiene que tener una gran formación, ya lo dije, en el campo probatorio. Tiene que tener unos rudimentos de filosofía, tiene que saber de literatura. Aunque hoy este sistema que nos rige prácticamente desterró todo esto de las audiencias y nos volvió máquinas de defender, yo creo que un buen abogado penalista sigue teniendo que saber argumentar y el primer gran tratado de argumentación lo escribió Aristóteles y todavía tiene vigencia. Entonces, un buen abogado penalista tiene que saber argumentar, tiene que estudiar teoría de la argumentación. Son diversas las exigencias y valores que se deben reunir. Pero sobre todo, debe amar la justicia.
M.A.R.: ¿Cómo podría calificar la educación actual en Derecho Penal?
F.V.: Yo no empezaría por la educación en el campo del Derecho Penal, sino en general. Yo diría que grosso modo, la educación en Colombia del presente es un desastre. Cuando abandonamos el sistema francés y nos pusimos en las manos de otro sistema, del sistema que yo llamo gringo, la educación se vino abajo. Aquí en otras épocas se estudiaban con seriedad otros idiomas: el francés, el inglés, el latín. Ese sistema era muy exigente. Yo fui a una escuela pública y nuestros profesores eran muy exigentes, era otro sistema de educación. Eran muy rigurosos con la ortografía, con la gramática, con la expresión lingüística, con la textura idiomática. Era una formación muy rigurosa en el campo de la historia, de la filosofía, y todo eso lo abandonamos, caímos en el facilismo. Entonces yo diría que el marco general de la educación hoy es preocupante. Colombia es uno de los países con índices, en esa materia, más pobres. Cuando acudimos a eventos internacionales en materia de comprensión oral, por ejemplo, ocupamos los lugares más bajos de las tablas y eso muestra entonces que algo grave está sucediendo. ¿Por qué parto de ahí? Porque eso también se ve reflejado cuando hablamos de la enseñanza del Derecho. La enseñanza del Derecho de hoy no es la de otras épocas, no es la que me tocó a mí con unos maestros universitarios que uno todavía recuerda y añora. Un Carlos Gaviria Díaz, un Jairo Duque Pérez, un Ramiro Rengifo en títulos valores. ¡Tantos maestros!, un Bernardo Ramírez en Derecho Laboral. Eran las figuras del Derecho, unos estudiosos extraordinarios. Un Nódier Agudelo, un Benigno Mantilla Pineda en Filosofía del Derecho, una autoridad mundial. Entonces nos relajamos mucho, ya no se estudia, por ejemplo, hermenéutica, la teoría de la interpretación. Yo tuve el placer de ser alumno de Carlos Gaviria en una cátedra de hermenéutica. Hoy no se estudia la hermenéutica, hoy no sabemos interpretar, no sabemos qué es la interpretación. El que más avizora y avanza es el que coge un diccionario, la que yo llamo interpretación de diccionario. No hemos entendido que la interpretación es toda una construcción académica que supone una formación adicional. Entonces, como no sabemos ni siquiera interpretar la norma, pues menos estamos en condiciones de avanzar, de escribir textos valiosos en este campo.
Entonces la enseñanza también en el campo del Derecho y del Derecho Penal es muy venida a menos, yo diría que improvisamos mucho a los profesores, se cree que con llamarse penalista se sabe ya de Derecho Penal y eso no es así. Para poder aprender Derecho Penal hay que empezar por la historia del Derecho Penal. Si uno no conoce la historia del Derecho Penal ni la historia en general, o no conoce la prédica del profesor Carlos Gálvez Argote, quien está buscando los orígenes de nuestro Derecho Penal resucitándolos, publicando esas obras pioneras, criticándolas, estudiándolas, actualizándolas, si uno no conoce la historia del Derecho Penal en general y de su propio Derecho Penal, pues menos va a poder enseñar Derecho Penal y construir obras de Derecho Penal que realmente aporten algo al conocimiento.
En la época de los maestros de los años sesenta y setenta, ellos se esmeraban con los conocimientos que tenían en la época para hacer obras muy pulidas. Hoy en día eso se echa mucho de menos y yo creo que es muy desigual la proliferación de facultades de Derecho por todo el país. La improvisación de profesores en Derecho Penal ha hecho que la enseñanza del Derecho Penal sea muy desigual. En unos casos buena, muy buena, en otros muy regular o mala. Y qué decir cuando uno ya profundiza en los cursos, no tanto los de penal general, en los de penal especial, en el campo del derecho procesal penal. La época que me tocó a mí era de unos maestros muy importantes que conocían lo que era la teoría del proceso. Gaitán Mahecha publicó un tomo de instituciones de Derecho Procesal extraordinario y en esa época hubo manuales importantes de Derecho Procesal y todo eso fue dejándose a un lado. Hoy queda una obra importante, una obra que ha difundido la Universidad Externado, Bernal Cuellar y Montealegre, que es una obra elaborada por un equipo de trabajo de unos diez profesores más, es una obra importante.
Pero verdaderos estudiosos del Derecho Procesal no hay. Procedimentalismo, personas que fingen hacer dogmática, pero no la hacen. Desde luego, hay unos casos insulares de personas que han hecho intentos muy importantes. No puedo olvidar los trabajos de Posada Maya, de Yesid Reyes Alvarado, sus trabajos sobre todo de imputación objetiva, su texto sobre tentativa, que puede ser que uno comparta o no ese enfoque, eso es otra cosa, pero que hay un rigor académico y científico. Hay otros jóvenes que se han formado en Alemania y que han hecho sus tesis doctorales en Alemania, en España, que están empezando o ya tienen una carrera hecha, a impartir lecciones de Derecho Penal, pero son los menos. O sea, no puede decir uno que estamos en una época de esplendor de la Dogmática Penal en Colombia y de la enseñanza del Derecho Penal porque no es así. Yo sobre todo critico mucho los cursos de penal especial, porque lo que se enseña en el curso de penal general se borra. Lo que se escribe con la mano en la parte general, se borra con el codo en la parte especial. El sistema no existe para explicar las figuras delictivas de la parte especial que aparecen también insertas en un sistema. Porque es que los códigos tienen una sistemática y el concepto de bien jurídico juega un papel fundamental como criterio hermenéutico básico, medular, para entender la parte especial. Esa mi opinión, yo diría un poco dura, aunque también hay que rescatar, repito, profesores que hacen una tarea importante, pero son los menos. Los más no hacen eso.
M.A.R.: ¿Cuál considera que es el papel que juega la crítica en la formación?
F.V.: La crítica y la autocrítica deben formar parte de la vida cotidiana del estudioso, porque si uno no se critica a sí mismo se está engañando. Cuando uno no critica y no se autocritica y cree que todo lo que está haciendo es perfecto, está perdido. Además, hay que recuperar a los grandes filósofos y a los grandes pensadores para hacer crítica, como el método y el discurso del método de Descartes, ese gran filósofo racionalista y su obra maravillosa que conocí a los diecisiete años sobre las reglas para la dirección de la mente. Descartes es un filósofo muy cercano a mi corazón y me ha ayudado mucho a caminar por estos senderos, a entender que hay que dudar, que hay que criticar, que hay que autocriticarse y que eso se debe proyectar en el trabajo y especialmente en el trabajo dogmático. Es que, para hacer dogmática, hay que utilizar el método dogmático: primero hay que interpretar, conocer las bases de la hermenéutica, interpretar los textos legales, estudiar las decisiones de los tribunales, estudiar los sistemas que otros proponen para poder sistematizar, y construir el sistema. Pero si uno no tiene formación filosófica, político criminal y criminológica, no va a poder hacer la crítica —intrasistemática y crítica extrasistemática— de ese sistema que intenta construir.
Eso es vital, junto con la crítica al ejercicio del poder punitivo, para lo que hay que empezar por rescatar a Cesare Beccaria, que le da nombre a este grupo de estudiosos que hoy me convoca, con su famoso libro, De los delitos y de las penas, obra que Nódier Agudelo maravillosamente ha prologado y a la que le ha hecho un estudio preliminar que muestra el prototipo de examen del poder punitivo del Estado. Y además de Beccaria, uno puede leer a Francesco Carrara y otros grandes estudiosos que han mostrado cómo criticar el poder punitivo del Estado, como el más grande filósofo del Derecho Penal de todos los tiempos: Luigi Ferrajoli. Su derecho penal garantista, minimalista y su obra maravillosa Derecho y razón —publicada en italiano en 1989 y traducida por un hombre extraordinario, Perfecto Andrés Ibáñez— es muy difícil, porque es un libro escrito por un hombre que maneja diez o doce disciplinas del saber, pero su motor, la columna vertebral de ese libro, es la crítica. Cuando él revisa, por ejemplo, toda la teoría de los fines de la pena y del Derecho Penal, ningún autor queda indemne, tal vez Carrara, pero de todos hace una crítica y a partir de esa crítica construye y diseña el Derecho Penal para el nuevo milenio: un Derecho Penal de garantías, una obra esplendorosa. Y el que quiera hacer una obra de Derecho Penal, bien sea parte general o especial, o un estudio monográfico de cualquier tema, tiene que tener una óptica crítica y cuestionadora, nunca —como diría mi padre— tragar entero.
M.A.R.: ¿Cómo calificaría la forma en que se aborda el derecho sustantivo en el proceso penal colombiano?
F.V.: En primer lugar, hay que distinguir la teoría del proceso de la práctica procesal. Por un lado, entre nosotros no existe esa escisión tan marcada, como en España, entre el derecho sustantivo y el derecho procesal, donde por un lado van los sustantivistas y por el otro los procesalistas que se ocupan de todas las ramas del derecho procesal (penal, civil, laboral, etcétera). Además, nuestro derecho procesal de hoy yo no me atrevería ni a llamarlo procesal, porque perdimos toda la teoría del proceso por la que tanto lucharon Gaitán Mahecha y otros estudiosos como Bernal Cuellar y Montealegre con este sistema [penal acusatorio] que hoy tenemos —que yo no sé ni siquiera si es un verdadero sistema. Por otro lado, recordemos que los capacitadores norteamericanos nos dijeron que «con este “sistema” se acabaron los debates sobre la dogmática, se acabaron los debates en materia de constitucionalidad, en materia de teoría del derecho constitucional, usted lo que tiene que aprender es la técnica de los juicios», de manera que se pretendió acabar con las elaboraciones dogmáticas, con la teoría del proceso, con la teoría del derecho constitucional y nos dijeron «aprenda las técnicas del juicio». Sin embargo, resulta que tampoco aprendimos las técnicas del juicio.
Aunque yo no he vuelto a hacer el ejercicio, y no lo quiero hacer, yo iba de despacho en despacho viendo cómo se manejaban las técnicas, el mismo diseño de la estructura del proceso en un despacho y en otro, y queda uno horrorizado. Entonces si consideramos que este sistema no ha funcionado, que no sirve para administrar justicia, las críticas que podemos hacer son innumerables. He publicado algunos trabajos sobre cuando se trata de aplicar los institutos construidos en la dogmática de la parte general y de la parte especial —del Derecho Penal sustantivo— a la realidad y es un desastre. Claro que no se puede generalizar, pues hay despachos que manejan una formación muy interesante. Por ejemplo, sigo muy de cerca, en el ejercicio de concordar mi Código Penal y actualizarlo, lo que sucede en un despacho en particular de la Sala de Casación Penal que preside la magistrada Patricia Salazar y su equipo de trabajo, un equipo de trabajo extraordinario. Cuando uno se sienta a leer las providencias que proyecta ese despacho, puede ser que uno esté de acuerdo o no, que critique o no en sentido positivo o negativo las decisiones, pero encuentra providencias de una gran textura procesal y dogmática del derecho sustantivo y a mí, como estudioso del Derecho Comparado, me llama mucho la atención porque he visto el rigor con el cual se citan los textos en materia dogmática y en literatura alemana. Cualquier día vi una decisión en materia de la actio libera in causa proyectada por ese despacho, un instituto muy difícil sobre el cual en Alemania hay monografías por todos lados, y me llamó la atención el rigor con el cual se cita la literatura alemana, en alemán, en esas providencias— y en otros temas también, como en materia de imputación objetiva. No obstante, eso no es normal en los demás despachos de la Corte, ni en los tribunales de distrito, ni en los juzgados: es excepcional encontrar ese manejo. Entonces, yo veo un desfase muy grande entre las construcciones dogmáticas en el ámbito del derecho sustantivo y lo que se hace no sólo en la academia procesal penal, sino en lo que sucede también en la forma en que camina el procedimiento penal. Estamos hoy en la época del procedimentalismo de hace ciento veinte años y con este “sistema” sí que hemos ahondado en ese procedimentalismo. Yo creo que hay que recuperar la teoría del Derecho Procesal Penal y esa integración entre la dogmática del Derecho Penal sustantivo y la dogmática del Derecho Penal Procesal, llamado de atención que hace Juan Luis Gómez Colomer en el maravilloso libro que no dejaré de recomendar, La contracción del derecho procesal penal, al que le acabo de hacer una reseña que será publicada en los Cuadernos de derecho penal nº 25.
M.A.R.: ¿Cómo cree que podría mejorarse el estudio del Derecho Penal en Colombia?
F.V.: Yo creo, con todo respeto, que no solo es tarea mejorar el estudio del Derecho Penal, sino de mejorar la sociedad en la que estamos. Esta es una sociedad desintegrada, enfrentada por todos lados, dividida, intolerante. La intolerancia nos tiene peleando como el perro y el gato, enfrentados por todo. Hasta en un partido de fútbol la gente se mata por un trapo de color verde o rojo, y qué no decir en otros ámbitos. Esta es una sociedad que desaparece a sus líderes sociales o los asesina. Este es el país donde más líderes sociales se asesinan en el mundo, a defensores de derechos humanos, donde se confunde la protesta social con el bandidaje. Miremos lo que acaba de pasar las últimas semanas para no ir lejos. Maravillosa la protesta social, claro, una sociedad donde no haya protesta no es sociedad, no es nada, pero miremos las expresiones vandálicas tan graves. Una sociedad dividida. Entonces, para poder pensar en construir un mejor Derecho Penal, hay que construir una mejor sociedad. Tenemos que encontrarnos como sociedad, como seres humanos. Tenemos que solidarizarnos. Aquí, mientras algunos están solo pensando en acumular fortunas, y podemos hablar del Derecho Penal, desesperados por engordar los ceros de la chequera, la gente se está muriendo de hambre. Estamos en uno de los países más desiguales del mundo y en esa lista están países africanos, está Haití, está Honduras y ahí estamos nosotros. Los abismos sociales son tan grandes en Colombia que unos pocos tienen todo y casi todos no tienen nada, entonces la desigualdad social es aplastante, la injusticia social es muy grande, la pérdida de los valores es muy grande, el respeto por el otro se tornó en el irrespeto generalizado, el odio. Nos dedicamos a odiar y a predicar el odio, a respirar odio por todos lados. Entonces ¿así cuándo vamos a construir un Derecho Penal liberal, un Derecho Penal de los derechos humanos? ¿Cuándo vamos a poder construir un mejor Derecho Penal si ni siquiera hemos construido un mejor Derecho, si ni siquiera estamos educando en valores a los jóvenes? Los estamos educando para el odio, para el enfrentamiento.
Se nos ha olvidado que también tenemos lo que las religiones llaman una parte espiritual. Yo respeto mucho las religiones, yo soy agnóstico por principio, pero soy muy respetuoso de todos los credos, de todas las maneras de ver el mundo. En medio de mi agnosticismo tengo que ser muy respetuoso, pero se nos enfrentó: el que no piensa como yo es un enemigo, hay que matarlo porque es enemigo, piensa distinto. Aquí no se puede pensar distinto. Entonces yo me pregunto, si este entorno social no lo cambiamos, si no propiciamos mejores condiciones de convivencia para todos, de igualdad, de justicia social, de acceso a la educación, a la salud, entonces ¿qué Derecho y qué Derecho Penal vamos a construir? Hay que luchar por el Derecho. Es que luchar por el Estado de Derecho también es luchar por el Derecho, tenemos que luchar por el Derecho, pero hay que luchar por la construcción de un verdadero Estado de Derecho, como dice la Constitución, democrático y social. Claro, ahora nos echaron el cuento de que es un Estado constitucional, hasta el debate nos lo cambiaron, que este es un Estado constitucional y que hay que construir un Estado constitucional. No, esa es otra fase. Aquí ni siquiera hemos construido el Estado social y democrático de Derecho que reclama la Constitución y ya se nos está diciendo que no, que es un Estado constitucional. Claramente eso trae consecuencias: el gobierno de los jueces, los jueces se volvieron legisladores, uno ve a las Cortes legislando tranquilamente como si fuera lo más normal del mundo. La Corte Constitucional legisla casi todos los días. El presidente se volvió juez, aquí hubo un presidente que en un consejo comunal mandó a capturar a un ciudadano. Los legisladores no legislan, se perdieron los papeles. O sea, ni siquiera actuamos acorde a los papeles que se nos han asignado, y entonces esto no es una verdadera comedia, es una tragicomedia.
La responsabilidad de los jóvenes hoy es muy grande porque hay que construir un nuevo país, pero un nuevo país no se construye con tanto odio. Hay que construir un país en medio de la tolerancia, de la convivencia, de los valores. Hay que empezar por el respeto de la persona humana que es el valor fundamental y eso dice la Constitución, por el respeto a la vida. Es que si no respetamos la vida del otro, la integridad del otro, su forma de pensar, de vestir, de caminar, ¡qué se yo!, no somos nada como sociedad. Entonces, cuando eso cambie, y no quiero ser pesimista en el diagnóstico, tendremos de pronto un mejor Derecho y un mejor Derecho Penal. No lo que tenemos ahora: un Derecho Penal en expansión, un Derecho Penal autoritario, mediocre, una ley penal muy mal escrita, muy mal confeccionada. Es que da grima ver cómo se redactan las figuras de la parte especial, figuras que incluso se declaran dizque ajustadas a la Constitución cuando uno ve unos exabruptos, incluso de tipo científico. Uno queda aterrado. El legislador tiene una responsabilidad muy grande, la academia tiene una responsabilidad muy grande, los profesores universitarios tenemos una responsabilidad muy grande y qué decir de los jueces y de los padres de familia, de todos. De los líderes religiosos, de los líderes políticos.
M.A.R.: ¿Cómo ve el futuro del Derecho Penal en Colombia?
F.V.: El futuro es muy difícil. Podemos hablar del presente, no hablemos del pasado que ya transcurrió. Lo que se avizora no nos llena de optimismo, pero sí nos invita a pensar. Hay muchas cosas que transformar si es que, como especie, logramos sobrevivir. Porque es que más allá de ello, lo que a mí me preocupa es la supervivencia de la especie humana en el planeta. Eso es lo que más me preocupa hoy, porque si no hay planeta, pues no tenemos nada. No nos vamos a poder trasladar de la noche a la mañana a otro planeta situado no sabemos dónde. Lo primero que tenemos que preservar es el planeta y el planeta, lo han dicho ya algunos, se está convirtiendo en una bola de fuego ad-portas de estallar. Los síntomas están ahí: el cambio climático, los incendios, los polos, las especies, la vida humana. Vivimos en ciudades que no tienen aire puro, que tienen un aire contaminado, estamos respirando veneno. Acabamos los ríos, acabamos el agua, tomamos agua contaminada, tomamos leche contaminada, comemos carne contaminada, papas contaminadas por químicos, agroquímicos. Nos estamos muriendo de enfermedades producto de la contaminación, de un medio ambiente enrarecido. Nuestros ríos son letrinas. Entonces eso es lo que más me preocupa hoy. Si el mundo cambia, habrá un nuevo Derecho Penal, un nuevo Derecho seguramente, pero hay que cambiar primero esto. Tenemos que hacer un alto en el camino. Si no cambiamos este mundo en el que vivimos, la catástrofe es inevitable.
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Puede ver la entrevista completa en el siguiente enlace:
El maestro Fernando Velásquez sabio como siempre y enseñando todos los días una verdadera reseña critica del Derecho Penal Colombiano